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  ¿Has visto a Brenda?   Cerró la puerta y bajó rápidamente la escalera.                                                                                 Embargo, José Saramago   Brenda baja rápidamente la escalera. No le gusta el ascensor. Es un día primaveral. Soleado. Sin embargo, Brenda tiene puesto un vestido de lanilla rosa y un   cárdigan rojo, con medias escocesas de lana, la ropa que más le gusta. Camina calle abajo a la casa de la abuela. Se detiene en el quiosco y pide una Rhodesia.  “ Pero no tengo monedas ”, dice. ─ No importa, cuando las tengas me la pagas─, contesta comprensivo don Servando. Brenda sigue caminando mientras come la golosina. Se detiene a mirar la vidriera de la mercería. Ve un broderie que le gusta. Piensa que quedaría muy bien en la blusa que le está cosiendo la abuela. Entra y se lo pide a la vendedora, le explica para qué es. ─ Con un metro alcanzará─, dice la vendedora. ─ Pero no tengo monedas. ─ Después me lo pagas. Brenda cruza
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                         Escribiendo cuentos                                                                                                   Fresco de Pompeya
  Conversación frente a la panadería        Elisa despertó temprano esa mañana. En el suelo, sobre la alfombra, el libro de los cuentos borgeanos marcado en La muerte y la brújula, deslizado desde las sábanas, que ella leyó antes de dormir. Se levantó. Desayunó como siempre té con tostadas del último pan que quedaba en la alacena. Decidió salir a comprar después de la ligera limpieza de todos los días para conservar la que realizaba Virginia con eficacia una vez por semana.      Mientras lo hacía reflexionaba sobre la importancia del pan en la cultura occidental, base de la alimentación de los pueblos civilizadores. El trigo considerado el cereal que forja la madurez intelectual. El producto libre de impuestos en la primera economía de mercado, la de Atenas, que multaba severamente a quien aumentase su precio. Roma salvaba de la hambruna, con trigo,   a la plebe menesterosa. El lobo que acepta pan deviene perro.      El símbolo de la religión cristiana en el cuerpo del Mesías.
    Llueven pájaros   Llueven pájaros. Pájaros muertos con las alas rotas su dios los ha olvidado, agoniza el día, la noche ruge enloquecidos pájaros de enormes alas metálicas expulsan de sus vientres, cual parturientas anhelantes del mal,   engendros que retumban y caen sobre los árboles vacíos de nidos, tanto dolor deja la última batalla. Falsa última batalla porque vuelve y vuelve y vuelve en sangrientas espirales.   En algún lugar, briznas de hierbas salvadas por su ángel tutelar agradecen el rocío de la mañana que sucede al espanto.   De pronto, un ruido ominoso las atemoriza. Botas inclementes avanzan imparables sobre ellas. ─ ¿Dónde está nuestro ángel?   Se preguntan las briznas.   Crueles herramientas se hunden en la tierra matando a las inocentes briznas para enterrar minas   antipersonales.   Después, en algún momento de la inicua historia, terminó la guerra en una de sus intermitencias.           . Todas las briznas de hi
  El eterno retorno de las guerras         Katya finaliza su horario en la central nuclear de una ciudad europea del este que, milagrosamente, no ha sido bombardeada; todavía. Es joven, cuarenta años. Aún no ha logrado una pareja estable. Vive sola. Su carácter   es difícil. Tal vez influyen su formación científica y su trabajo, no ajeno al inminente peligro de la guerra nuclear que pende constantemente sobre el planeta como si los hombres buscaran un suicidio colectivo, hombres que, irónicamente, pertenecerían a una identidad llamada “civilización”. Es alta y delgada, de cabellos y ojos marrones, de rostro   agradable. Viste   jean descolorido y roto, calza zapatillas grises; sobre una camiseta blanca se abriga con una gruesa y amplia campera negra. Es noche cerrada de intenso frío. Las calles están desiertas. Sin iluminación para evitar ser blanco de ataques. Los edificios   que las bordean,   de una antigüedad   de tres siglos, tampoco ofrecen alguna luz delatora. Katya se dirig
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  Judit decapitando a Holofernes cuadro de Artemisia Gentileschi Las ideas juegan con las gotas de lluvia   Las cinco de la tarde. Desde mi habitación de confinamiento miro a través de la puerta vidriera caer  la lluvia silenciosa y otoñal sobre el jardín y la calle, ausente de personas.  Me distraigo porque  la observo, esperando que cada gota me dibuje una idea.  Sin embargo, comienzo a escribir el cuento para el taller de literatura. Tiene que iniciarse con el disparatado fragmento que pergeñé en clase  con  palabras que comiencen con la letra D: dócilmente Delia daba delicias diluidas en decilitros de delicados y diferentes dosajes de dulces dátiles, decantadas por décadas en diseñados dédalos decimonónicos. No sé cómo seguir. ¿Qué hago con los decilitros?   Al alcance de mi mano, sobre el escritorio, está  abandonado el libro de arte. Lo abro al azar. Aparece el cuadro de Artemisia Gentileschi “Judit matando a Holofernes”, borracho total por haber bebido innumerables
  La fotografía                               Hay sin duda algo misterioso e incomprensible en la manera en que a veces se disponen los desbocados caprichos de la imaginación…                                                                                                    Edgar Allan Poe, Un sueño,   Laura Campos se dispuso a realizar el trabajo encargado por la editorial en la que trabajaba: una serie de fotografías de la naturaleza, y con ellas hacer un collage que evocara paz, belleza y espiritualidad para la tapa de un libro de autoayuda. Se dirigió con el auto hacia el parque de las afueras de la ciudad. Un lugar apropiado por su exuberante vegetación. Era   día de semana. No habría casi gente. Las 10 de una mañana luminosa. Se adentró por uno de los angostos y sinuosos caminos de tierra, poco transitado, sombreado por las ramas de los grandes árboles de sus orillas. Como suponía, no había nadie. Podría trabajar con tranquilidad. Bajó del auto, comenzó a observar