Las
ideas juegan con las gotas de lluvia
Las
cinco de la tarde. Desde mi habitación de confinamiento miro a través de la
puerta vidriera caer la lluvia
silenciosa y otoñal sobre el jardín y la calle, ausente de personas. Me distraigo porque la observo, esperando que cada gota me dibuje
una idea.
Sin embargo, comienzo a escribir el cuento
para el taller de literatura. Tiene que iniciarse con el disparatado fragmento
que pergeñé en clase con palabras que comiencen con la letra D: dócilmente Delia daba delicias diluidas en
decilitros de delicados y diferentes dosajes de dulces dátiles, decantadas por
décadas en diseñados dédalos decimonónicos.
No
sé cómo seguir.
¿Qué
hago con los decilitros?
Al
alcance de mi mano, sobre el escritorio, está
abandonado el libro de arte. Lo abro al azar. Aparece el cuadro de
Artemisia Gentileschi “Judit matando a Holofernes”, borracho total por haber
bebido innumerables decilitros de vino.
Recuerdo
la historia.
Judit,
la bellísima viuda de la ciudad hebrea de Betulia, decide salvarla del cruel Holofernes, general del rey babilonio,
que la sitia desde hace tiempo. La ha dejado sin agua. Está por caer sin
salvación posible.
La
joven, previo permiso del consejo de ancianos, solicita visitar al jefe
enemigo, que, presuntuoso, acepta con viril orgullo.
Judit
se dirige al campamento hostil con una
criada. Ha dejado la vestimenta de viuda para engalanarse con preciosas ropas y
joyas que no usa desde la muerte del esposo. Pide estar los tres solos en el
banquete que ofrece Holofernes. Seductora, insinuante, sensual, incita al
odiado enemigo a tomar excesiva cantidad de vino hasta caer totalmente ebrio
sobre el lecho. El cuadro, de un tenebrismo extremo y opresivo, resalta las
tres figuras. Judit con la mano
izquierda sostiene firme la cabeza del hombre vil. Un reflejo defensivo hace
levantar inútilmente el brazo derecho del que será muerto contra la criada que
lo atenaza. Judit, con su misma espada, con la mano derecha, sin vacilar, sin
dudar, con frialdad, le corta limpiamente
la cabeza. Su rostro revela el odio, el desprecio, la voluntad, la decisión, la
energía, el valor que la animan.
Holofernes
tal vez tuvo en el último instante un atisbo de lucidez para pensar que perdía
la cabeza por una mujer. Literalmente.
Judit vuelve a Betulia. Lleva en la mano, por los pelos pegoteados con sangre, la
cabeza del enemigo, que, por ella, ya no lo es.
¿Habrá pensado Judit en el dilema de que
transgredía el sexto mandato, no matarás?
Si lo pensó, posiblemente no le importó, segura de haber hecho lo que debía
para salvar a Betulia.
Los
atemorizados hombres esperan a su heroína protegidos detrás de los muros.
Cuelgan la cabeza de Holofernes sobre la puerta de la muralla. Sus soldados,
que sin él no son nada, la miran, sangrante, horrible con la mueca de una
muerte impensada a manos de una mujer, y
huyen despavoridos para no volver.
Las
sombrías, tristes, melancólicas nubes traspasan el vidrio con tenues
luminiscencias de la lluvia que ya fue.
No
distingo el adentro del afuera. Enciendo la luz. Me obligo a escribir.
Pero…
¿Qué tienen que ver los decilitros de Delia con Judit y Holofernes?
Es
evidente. Las ideas juegan con las gotas
de lluvia.
Perfecto 👏👏👏
ResponderEliminarDiez!! con d!!!
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