Regreso a Ítaca

 

                      Háblame, Musa, de aquel varón de multiforme ingenio que, después de   destruir la sacra ciudad de Troya, anduvo peregrinando larguísimo tiempo…

                                                                                               Odisea, Canto Primero

 

Pasaron veinte años desde que Ulises dejó su reino, a su esposa e hijo (que no conoce), a su padre. También sus bienes. Nunca dejó de recordarlos. Siempre el deseo de volver.  En el riesgoso viaje perdió a sus compañeros. Solo, dirige la nave en el último tramo hacia Ítaca, su querida patria. Alegre de regresar rememora los felices años de su niñez y juventud, la belleza del país y la hermosura de Penélope. Piensa que todo estará como lo dejó, como lo recuerda, que ansiosos lo esperan desde ese día de fatal aventura que partió hacia una guerra interminable convencido por dos reyes poderosos y soberbios.  De pronto, un pensamiento lo inquieta, ¿estará todo igual? ¿El reino en paz? ¿Su fiel esposa seguirá tan bella? ¿Telémaco, su hijo, será un valiente y joven guerrero? ¿Su padre seguirá vivo? Las preguntas aumentan su ansiedad por llegar, pero al mismo tiempo lo atenaza el temor de encontrar cambios inesperados que le hacen dudar de su decisión de volver. ¿Hubiese sido mejor morir frente a las murallas de Troya? Se siente como el viajero, o el exiliado, o el desterrado o el emigrante que lejos de su tierra por muchos años la idealiza, recuerda solo lo bueno y al volver se enfrenta a la desesperanza y el desencanto. Tal vez lo creen muerto. Tal vez suponen que los olvidó, que eligió no regresar. Este pensamiento lo tortura. Vacila entre seguir hasta Ítaca o desandar el camino andado, retroceder. ¿Pero adónde iría? ¿Quién lo hospedaría? Siente que las diosas lo han abandonado. Tiene miedo de la soledad. Tampoco tiene ya fuerzas para enfrentarse nuevamente a los peligros que lo acecharon durante veinte años.  La nostalgia de la de la patria lo decide a continuar el viaje hasta Ítaca.

Rielando surcos la nave llega al fin a la tierra nunca olvidada. Ulises se sorprende en un primer momento, mucho ha cambiado. Ha cambiado el puerto, las casas y las calles también. También la gente, en la forma de vestir y de hablar. Nadie reconoce a este hombre canoso y de edad. Hace preguntas en un lenguaje que parece antiguo. Finalmente lo identifican los añosos. Contestan que sí, que en el campo todavía vive un anciano que dice llamarse Laertes y que tiene un hijo que hace muchos años se fue a una guerra y no volvió. Que gobierna la reina Penélope, que logró entenderse con los ambiciosos oligarcas, que ahora está en palacio atendiendo como todos los días los asuntos de gobierno. Ulises corre hasta el palacio, su casa… ¿su casa?, está tan cambiada, que duda y se detiene a observarla. Entra y pide hablar con la reina. Le preguntan que quién es, que parece extranjero. Penélope ha oído y reconoce la voz, aunque debilitada. Ni se asombra, ni se alegra, le es indiferente. Lo saluda sin efusiones, majestuosa en su incipiente ancianidad. Su esposo, el rey, la dejó con una pesada carga por marchar a una guerra que no era la suya. Ella gobierna ahora, es la reina, el país está en paz y en buenas relaciones con los reinos vecinos. Todo eso le dice con serena voz.  Le dice que Lisicles es su gran amigo y ayuda en el gobierno, que no pregunte si hay algo más, porque siempre el decoro y la dignidad de reina le fueron reconocidos. Agrega, Penélope, que aunque no sabe por qué volvió, puede quedarse. Entra en la sala del palacio Telémaco, el hijo de ambos, de un aspecto que sorprende a Ulises, aspecto que siglos más tarde daría en llamarse de intelectual. Conversan padre e hijo. El joven, que aprende de su madre las tareas de gobierno, le explica que las guerras solo traen infortunios a los contendientes, que es preferible la paz y el comercio sin engaños, qué cuánto mejor hubiese sido evitarla… en cambio se destruyó Troya, eso le dice, y que él, su padre, fue partícipe.

Largos meses pasa Ulises en su patria, inactivo y aburrido. Piensa que de todos los seres vivos el hombre es el único en sufrir aburrimiento y tedio, no le basta solo con vivir. Añora el mar y las aventuras y los peligros y las guerras. Una mañana apareja su nave. Y parte.

 


La ruta de Ulises en su regreso a Ítaca desde Troya

FJ19- CCBY-SA4.0, 11 de marzo 2020


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