TÉ  A  LAS  5  DE  LA  TARDE

 En el desayuno, esa mañana, estaban de buenísimo buen ánimo. ¿Quién era el responsable, él o ella? Es verdad que ella se hacía una cuestión de lucir de la mejor manera por la mañana. Pensaba que era parte de su deber ante él, hacia el amor de ambos, lucir pequeños tocados encantadores, graciosas prendas, pantuflas de colores a la hora del desayuno y ocuparse de que la mesa estuviera perfecta.

Katherine Mansfield, ¡Todo sereno!

 


 

 

Té a las 5 de la tarde

 

Leer para escribir.

A partir de “Cuento de horror” de Marco Denevi.

                                                                     

 

    Te mataré George.

   ─ ¿Por qué Helen?─ pregunta George levantando la vista de The Times.

   ─ Porque mataste a mi gato.

   ─ Fue un accidente. Sabes que me entretengo con la escopeta desde el balcón matando a las comadrejas que invaden el parque. Confundí el gato con una de ellas.

   ─ No creo que haya sido involuntario.

   ─ ¿Y cómo me matarías?─ interroga burlón George.

   ─ De una manera que pasará inadvertida. Cumplo mis promesas y no me estigmatizarán como asesina.

   ─ Es cierto. Cumples tus promesas.

   ─ De la única de la que me arrepiento es la de haberme casado contigo hace cuarenta años.

   ─ ¿Ya pensaste cómo lo harás?─, George más serio.

   ─ ¿Sabes? Vi dos ratas en la cocina. Compré veneno. A base de arsénico. ¿No les sentiste un gusto extraño a los tres scones  que comiste… y al té? ¿Tampoco a la salsa de hongos que acompañaba hoy el salmón?

   ─ Fiona es incapaz…

   ─ La despedí. También puedo encerar exageradamente las baldosas del pasillo y resbalarse tu silla…, y precipitarte por la escalera.

   ─ Dile a Perkins que saque el automóvil y me lleve a dar un paseo─, George ya preocupado.

   ─ Le di vacaciones todo el mes.

 

     El terror, la angustia, la ansiedad se apoderaron de George. Le fue imposible dormir. No salió de su cuarto que daba al pasillo frente a los excesivos escalones. Se negó a comer y a beber. Pronto se deshidrató. El pánico se reflejaba en los ojos hundidos. La debilidad le impedía mover la silla. El desequilibrio de glucosa, grasas y proteínas destruyó su organismo. Deliraba, acosado por el hambre. A los tres días las reservas de su cuerpo terminaron por consumirse. Se degradó el tejido del corazón. Al cuarto  el ataque cardíaco terminó con su vida.

 

 

   En el velatorio de George Smithson,  Helen Smithson estaba deshecha en llanto.

 

   ─ Pobre Helen, tanto que quería a su esposo. La depresión se lo llevó ─, comentaban los concurrentes.

 

   Abigail, que la conocía bien, pensó para sí, “Llora por Félix, su gato”.

 

 

 

 

 

 

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