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Sin espejos El grupo de turistas salió exultante después del desayuno en el HOTEL RODAS cinco estrellas, cercano a la playa de una ciudad recóndita promocionada por las agencias de turismo como el lugar más hermoso del mundo y todavía desconocido que usted no tiene que dejar de visitar antes de morir. El bus lo estaba esperando. Lo conformaba unas veinte personas de edades entre 20 y 50 años de distintas nacionalidades, bellas, saludables, elegantes en su vestimenta sport casual. Las pieles bronceadas brillaban al sol recién nacido de un día espléndido. Estaba programada la visita a un lugar exótico del cual no sabían detalles porque era una sorpresa. Todos estaban curiosos y expectantes. Todos habían pagado sin dudar la entrada, 100 dólares. Subieron entre risas y bromas acerca del o de los misterios que encontrarían. Se ubicaron según los subgrupos formados durante la alegre convivencia en el hotel, comunicándose en un inglés macarrónico. El conductor puso Maybe,
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    El número 3
    El número 3                                                                                           Pienso, luego existo. Descartes Un hombre está sentado a la mesa sobre un banco de 3 patas, en una habitación sin ventanas. Bebe café con 3 gotas de brandy. Piensa. Si piensa, existe. Eso dijo el filósofo. Si deja de pensar, deja de existir. Piensa que el banco en el que está sentado no   puede   perder   estabilidad. Está sólidamente apoyado sobre el piso. Piensa que esto es así porque tiene 3 patas, el número clave, perfecto,   irrenunciable. Pitágoras lo demostró con el teorema del triángulo. Piensa que el universo tiene estructura de 3 partes. El agua tiene 3 estados. La pirámide de Gize es un triángulo cuyo vértice se dirige al cielo. El hinduismo tiene los dioses: Brama, Visnú y Siva, que mantienen el equilibrio del mundo con la voluntad, la actividad y el conocimiento. Con el bastón, 3 son las patas con las que terminamos nuestra vida, según el enigma de la esfinge
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  Del libro La ciudad de las damas. Cristine de Pizan
  harto mienten los cuentistas, poco juicio tienen, y sin embargo,  muchos les leen,  y les creen...
  ¿Has visto a Brenda?   Cerró la puerta y bajó rápidamente la escalera.                                                                                 Embargo, José Saramago   Brenda baja rápidamente la escalera. No le gusta el ascensor. Es un día primaveral. Soleado. Sin embargo, Brenda tiene puesto un vestido de lanilla rosa y un   cárdigan rojo, con medias escocesas de lana, la ropa que más le gusta. Camina calle abajo a la casa de la abuela. Se detiene en el quiosco y pide una Rhodesia.  “ Pero no tengo monedas ”, dice. ─ No importa, cuando las tengas me la pagas─, contesta comprensivo don Servando. Brenda sigue caminando mientras come la golosina. Se detiene a mirar la vidriera de la mercería. Ve un broderie que le gusta. Piensa que quedaría muy bien en la blusa que le está cosiendo la abuela. Entra y se lo pide a la vendedora, le explica para qué es. ─ Con un metro alcanzará─, dice la vendedora. ─ Pero no tengo monedas. ─ Después me lo pagas. Brenda cruza
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                         Escribiendo cuentos                                                                                                   Fresco de Pompeya