Sin palabras Buenos Aires año 1852. Joaquina Xímenez envuelta en sombras. Recostada sobre los almohadones de la cama en la habitación de austero decorado, de ventanas cerradas y cortinas corridas que niegan el paso de la última luz de la tarde. Joaquina está cansada, con un cansancio que solo acabará con su muerte. Las sombras se mueven y dibujan una escena. La escena está grabada en la mente de Joaquina, y en sus ojos. Mientras viva la verá y recordará la fecha, 18 de agosto de cuatro años atrás. Una pareja de poco más de veinte, ella encinta, frente a un pelotón de fusilamiento. No hubo proceso, ni juicio, ni defensa, ni audiencia. La horrible fantochada irrumpe. Un cura da de beber a la joven agua bendita para salvar el alma del que está en su vientre, salvarla del Limbo. Apoteosis del crimen atroz. ¿Dónde, si existe, la misericordia de la Iglesia? Un sacerdote reconoció al que había dejado los hábitos por amor puro, y lo denunció. El padre de la que espera un niño, corrió hasta su
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