Un día sin que nada lo presagiase

 

En un tiempo sin tiempo no obstante ya separados cielo, aguas y tierra, en un Jardín donde el aire está vestido con todos los tonos de verde, a cual más brillante según  reciba la luz del Sol, que en el tiempo sin tiempo estuvo antes en el cielo junto con la Luna, se arrastra con ondulaciones sobre el manto de  hierbas un Ser sin nombre. Se queja de no tener patas ni alas, como otros. También de no ver muy bien y escuchar menos, de no emitir linda voz, sino silbidos. La soledad le angustia y le da hambre. Sigue moviéndose buscando algún alimento delicioso. Tarea no fácil por su escasa visión. Sin embargo advierte un hermoso árbol cargado de frutos. Se enrosca en él, envolviendo con su largo y versátil cuerpo el tronco. Prueba uno, riquísimo, lo saborea y come muchos más. El Sol, hacedor del día y de la noche, aún no da lugar a la Luna. Es un día sin  presagios.

 

En el mismo espacio pero lejos del árbol de los frutos, están sentados bajo la sombra de uno  de gran copa pero estéril, los dos últimos  residentes  del Jardín. Primero apareció el hombre. Luego, como no es bueno que el hombre esté solo,  lo hizo la mujer. Llamada así, mujer. Se reconocieron como personas e individuos, entonces se nombraron porque la palabra y el nombre afirman la existencia. Son un matrimonio. Adán está muy cansado, agotado. Ha tenido que nombrar a cada uno de los seres vivos. Eva está aburrida, tiene ganas de conversar y Adán, ahora, es incapaz  de articular dos palabras con sentido. Eva camina por el Jardín. Y se encuentra con  eso enroscado en el árbol comiendo sus frutos. Ella se horroriza porque es un acto prohibido. Son exquisitos, le dice, pruébalos. Eva lo hace, los halla tan buenos que le da a probar a Adán que  decidió   levantarse y buscarla. Eva le pregunta si eso tiene nombre. No todavía, contesta Adán, le llamaré Serpiente.

 

Como resultado de la desobediencia, y sin que nada lo presagiase, Eva y Adán son exiliados del Jardín del Edén. Desde entonces la Serpiente tiene muy mala prensa, y ella que era vegetariana está obligada a ser carnívora y devorar vivas a sus víctimas con una pesada digestión. Todo por hablar con una linda humana, se lamenta. Tampoco le crecieron patas ni alas. El matrimonio va discutiendo echándose  mutuamente la culpa. Tendrán que trabajar de sol a sol. Además la humanidad comenzó a derrapar y sigue derrapando.

Nada lo presagiaba.


 Obra de William Blake 1757-1827

themarginalian.org/2014/02/13 



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