¿Te sientes mejor ahora, Ulises?
Oculta detrás de una columna miro el patio del palacio. El Sol en su incansable
recorrido de aparecer y desaparecer con el fin de señalar la noche y el día, se
detuvo para iluminar cruelmente a las doce jóvenes que cuelgan en fila por el
cuello de una gruesa soga de navío. Sus pies no alcanzan el suelo, por breve
tiempo se agitaron, solo brevemente. Se mecen las todavía casi niñas como
palomas malheridas golpeadas contra una red siguiendo la música de la brisa.
Ulises lo ordenó. Telémaco con eficacia lo hizo, provocándoles la muerte más
deplorable. Arrancándoles el alma que tan poco tiempo habitó en sus hermosos
cuerpos. Penélope, la del tejido de infinito inacabado, oportunamente dormía.
¿Hubiera dicho algo? ¿Lo hubiera impedido? Difícil creerlo. Euriclea, la tan
alabada nodriza las delató porque, dijo, se entregaron a la impudencia con los
pretendientes. ¿Acaso no fueron violadas? No tuvieron opción. No importaba,
eran esclavas, indefensas, vulnerables, pobres. Ninguna divinidad las protege.
Antes tuvieron que limpiar la sala donde fue la
matanza de los pretendientes. Apilar los cadáveres y sacarlos al
pórtico, limpiar con agua el suelo anegado en sangre. Una de ellas es Antinea,
mi hija, esclava hija de esclava. Tal vez engendrada por el itacense. Ojalá la
bondadosa muerte llegue pronto a cerrar mis ojos sin lágrimas y a apagar mi
alma.
¿Te sientes mejor ahora, Ulises?
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