Sin palabras
Buenos Aires año 1852. Joaquina Xímenez envuelta en sombras. Recostada sobre los
almohadones de la cama en la habitación de austero decorado, de ventanas cerradas y
cortinas corridas que niegan el paso de la última luz de la tarde. Joaquina está cansada, con
un cansancio que solo acabará con su muerte. Las sombras se mueven y dibujan una
escena. La escena está grabada en la mente de Joaquina, y en sus ojos. Mientras viva la verá
y recordará la fecha, 18 de agosto de cuatro años atrás. Una pareja de poco más de veinte,
ella encinta, frente a un pelotón de fusilamiento. No hubo proceso, ni juicio, ni defensa, ni
audiencia. La horrible fantochada irrumpe. Un cura da de beber a la joven agua bendita
para salvar el alma del que está en su vientre, salvarla del Limbo. Apoteosis del crimen
atroz. ¿Dónde, si existe, la misericordia de la Iglesia? Un sacerdote reconoció al que había
dejado los hábitos por amor puro, y lo denunció. El padre de la que espera un niño, corrió
hasta su amigo el gobernador, sanguinario tirano, a pedirle castigo ejemplar para su hija, y
no clemencia, abusando y alardeando de su poder patriarcal, poder de vida y muerte.
Joaquina grita hacia dentro, ¡ojalá todos estén en el infierno!, aunque ya no cree en nada.
Sus gritos no se escuchan, solo se escuchan los gritos de las mujeres en el parto. Las
mujeres no hablan, si lo hacen que sea poco y preciso. La hipócrita moral, piensa
Joaquina, no se escandaliza del Deán de la Catedral, que vive en concubinato. Recuerda,
Joaquina, que hace unos meses el tirano fue vencido y huyó. Que desde hace dos años no
existe el déspota de la familia. Si Joaquina todavía pudiera rezar, pero está muy cansada
para hacerlo, rezaría para que luego, en el futuro, por favor, en el futuro cercano, el mundo
sea amable, justo, digno de vivir en él.
El 5 de mayo de 1852 descansó Joaquina Xímenez, la madre de Camila O’Gorman. La
paridora legítima del padre que permitió el asesinato de su hija. La abuela del niño
asesinado.
El sacerdote bautiza al hijo nonato de Camila.
Dibujo de Baldasarre Verazzi, 1860.
Archivo General de la Nación.
Fuente:
María Sáenz Quesada, Mujeres de Rosas,1991
Obediencia
debida
Famosamente infame
su nombre fue desolación en las casas
J.L. Borges, Rosas
Hace
tiempo que Froilán Santos no duerme. Desde aquel 18 de agosto. En el instante
en que la neblina del sueño promete con incierta promesa borrar lo pensado, lo
visto, lo actuado, todo recuerdo, la pesadilla vuelve y vuelve y arroja al
vacío el dormir ya irrecuperable. ¡No quiero, no debo hacerlo! Grita en
un despertar horrible, confuso. Pero es un grito que nadie escucha, solo está
en su cerebro con palabras atascadas por el freno de la represión infame. Todas
las noches sueña que el niño por nacer llama a su madre ¡mamá, mamá, qué
pasa, ya no puedo respirar!, ¿qué fue ese ruido tan fuerte? Y ese ruido tan fuerte lo vuelve a escuchar
Froilán una y otra vez, siempre. Se levanta. Todavía no amanece. Abre la puerta
del rancho con el fugaz deseo de que el aire fresco lleve lejos la pesadilla
incrustada en su cabeza. Se sienta en la piedra que hace de banco a la entrada.
Y se pregunta siempre desde aquel 18 de agosto. ¿Al cabo de qué tiempo
morirá el niño en el vientre después de la muerte de la madre? ¿Cuánto sufrirá?
Nosotros no tuvimos hijos. Mi mujer abortó desde entonces, siempre. Bebió agua
bendita. No sirvió de nada. Recuerda: Yo era soldado del batallón en el
campamento de Los Santos Lugares y fui parte del pelotón de fusilamiento de
Camila y Ladislao, el cura. Vi traer a los jóvenes del “atrevido crimen”, así
le llamaron, al patio trasero de la cárcel escoltados por la banda de música
del batallón. A ella se le notaba el embarazo de ocho meses. Comenzamos los del
pelotón a reunimos para emborracharnos con la vana esperanza de poder
dormir. Todos soñamos el mismo sueño, la misma pesadilla. Rudecindo, el que
estaba a mi lado, se suicidó. Por lo que hice tuve miedo del infierno. Me
confesé con don Camilo. Él me dijo que por la doctrina del perdón me absolvía
de toda culpa, era mi obligación obedecer. No me tranquilizó. La pesadilla
siguió, siempre. Dejé de creer.
15 años
antes del Hecho
Acuérdate Froilán de cuando tenías 17 años, 15 antes del Hecho. Eras flacucho y esmirriado. Tu piel aceitunada oscurecía con el sol. Tu pelo hirsuto y negro te llegaba hasta los hombros. Andrajoso, siempre descalzo y hambriento. Vagabas por el campo, pero cerca de las casas, con un viejo arcabuz que robaste de no sé dónde matando a algún animal que se te cruzara. En ese tiempo Juan Manuel de Rosas era el hombre fuerte decidido a poner orden y a restaurar las leyes. Cada vez más personalista. Abocado a extender su poder fuera de las fronteras de la provincia de Buenos Aires. El obstáculo era Estanislao López caudillo de Santa Fe que no adhería a la causa de la Santa Federación. Fue necesario aumentar el número de soldados federales. Vos no sabías nada de todo eso por tu ignorancia de analfabeto. Entonces ¿te acuerdas?, hubo una orden de leva para vagos y mal entretenidos. Te llevaron, te adecentaron, te calzaron y te dieron de comer, y como manejabas un arma te incorporaron al batallón de Santos Lugares. Te vistieron con el uniforme de la divisa punzó y te dieron un fusil. El fusil que dispararías en el Hecho.
SACRIFICIO DE CAMILA O`GORMAN
Litografía
de Rod Kratzensteien
www.museohistoriconacional.cultura.gob.ar
El
inexistente
…podrás tomar a risa el poder de los hombres, porque nadie nacido de
mujer hará daño a Macbeth.
Macbeth
(una bruja)
Desde
siempre supiste quien sos. Te lo conté. Te eduqué para el odio y la venganza.
Estás preparado. La venganza será hacer justicia, la que no existió cuando
naciste. Tampoco ahora. No esperés más. Ellos no saben que vivís, ni lo sospechan,
ni se imaginan. Estás preparado física y mentalmente. Tenés un cuerpo fuerte y
ágil. Una mente clara y decisión para hacerlo. Vos y yo pensamos un plan
perfecto. Ya es tiempo de ejecutarlo. ¿Te cuento de nuevo? Tu madre, mi hermana
embarazada de ocho meses, y yo, salimos del hospital público donde éramos
enfermeras a las 2 de la mañana, nuestro horario. Caminábamos por calles
desiertas y oscuras hasta la parada del micro que pasaba a las 2,30 y nos
dejaba cerca de casa en un barrio pobre. Yo siempre llevaba como supuesta
defensa un bisturí laparascópico de la sala de cirugía. Nadie notó su falta. Surgieron
de la nada, prepotentes, sabedores de ser intocables, dos hijos del poder,
bebidos y colocados, para divertirse. No era la primera vez. Los conocíamos.
Nos acosaron. Tratamos de defendernos. Tu madre cayó y golpeó la cabeza contra
una piedra. Quedó inmóvil. Ellos se fueron, no les importó. ¿Por qué les íbamos a importar? Me incliné
para ayudarla. Comprobé que estaba
muerta, pero vos te movías en su vientre. No lo dudé. Lo había visto muchas
veces. Con el bisturí hice una incisión, un corte preciso, horizontal, en la
línea en que se debe hacer en el bajo vientre. Naciste de un ser sin vida. Los
matarás de a poco. No se imaginarán, no podrán saber quién sos. Para ellos no existís. Ganarás
su confianza y después se lo dirás. Te ocultarás pero les insuflarás el terror
de la forma en que hemos hablado. Te convertirás en sus pesadillas. Serás el
espectro de todas sus noches. No habrá droga ni alcohol que los apacigüe. Luego
los matarás. Nunca te encontrarán. Nadie te identifica. Nadie te conoce. Los
desperdicios de sus cuerpos los arrojarás a las aguas de la acequia que
acariciaban la piedra que no sirvió para el reposo. Recordá que naciste de un
ser sin vida. Sos invulnerable.
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