Los insomnes escuchan radio   

    Julio Lemos llegó a la emisora municipal FM “Noticias verdaderas” donde se encargaba de  transmitir el programa de madrugada “Los insomnes”.  Era la una y veinte. Faltaban diez minutos para comenzar. Gervasio Gálvez, el operador, estaba preparado. Siempre lo escuchaba un grupo de oyentes insomnes. Interactuaban: Julio o uno de ellos proponía una consigna y la comentaban. Julio no había pensado nada y esperaba que alguno lo hiciera. Un oyente, que dijo llamarse Javier, propuso que entre los escuchas elaboraran un cuento policial. Dijo, además, que era la primera vez que participaba. Sin embargo Julio creyó reconocer la voz… o tal vez le pareció.

     Varios oyentes se comunicaron con la radio, dijeron que era una idea brillante.  Pasarían una noche entretenida, y tal vez misteriosa. Julio estuvo de acuerdo.

    ─ ¿Qué tipo de cuento policial hacemos?─ preguntó Ana─ ¿del género clásico o el policial negro?

     ─ Como buenamente nos salga─, opinó Darío.

     ─ Primero tiene que aparecer un cadáver ─ apuntó José.

     ─ De acuerdo, e investigar si fue asesinato o suicidio─ dijo Ana.

     Julio propuso que cada uno elaborara una idea siguiendo cierto orden en la narración. Él escribiría en la pantalla. Así crearían un cuento que  leería en el siguiente programa.

     ─ ¿Quién comienza?─ preguntó.

     ─ Era una noche tenebrosa…─ comenzó Luis.

     ─ ¿Y después?─ interrogaron varios─ es un comienzo común.

     Silencio de radio. El operador puso al aire una canción de moda. Y otra más. Y otra más. Julio mientras tanto tomaba mate como de costumbre.

     Cuando terminó el tercer tema, Javier, el nuevo participante, invitó a continuar el párrafo con: “Elso Márquez, el escritor de moda, no había asistido a la entrevista programada a las 23 en la radio AM de la ciudad capital de la provincia para comentar su última novela “Las otras vidas de Elisa”, prevista su presentación para el día siguiente a las 20 en el Salón Cultural.

     ─ Está bien─ dice Darío─ pero no tiene relación con la noche tenebrosa. Aunque podríamos agregar “tenebrosa y fría. La gente en sus casas esperaba junto a la radio el programa más importante del día”.

   Intervino Ana con la sugerencia de imaginar algún argumento de la novela, ya que se proyectaba como best seller.

    Fueron varias las sugerencias: desde Elisa como una Belle de jour de Buñuel, o una espía para la KGB durante la guerra fría como Melita Norwood.  También se sugirió como escritora de novela policial bajo seudónimo, que ocultaba un horrible asesinato al estilo de Anne Perry, hasta una cíborg…

    Como no se decidían que personalidad darle a Elisa, resolverían el tema más adelante y continuar por el momento con Elso Márquez.

     Carlos, que todavía no había hablado, prosiguió: “No contestaba el teléfono. Además, vivía solo”.

     Luis agregó: “A alguien de la radio se le ocurrió llamar al portero del edificio de departamentos de la calle Montevideo de ciudad donde vivía Márquez en el número 40 del cuarto piso”.

     Ana objetó: “No. Mejor  llamemos a la novia (la periodista que lo contactó la conocía y tenía su celular) que tiene llave, para que vaya y nos diga qué pasa”.

     La señora Elvira opinó que no le parecía bien lo de la novia. Mejor un amigo. Los demás no estuvieron de acuerdo.

     “Brenda, la novia actual, llegó al edificio a las 23:45”, siguió Luis.

     Y Javier: “Al abrir la puerta  no vio nada desacostumbrado. Buscó en las habitaciones y en el baño. Allí encontró a Elso en el suelo, aparentemente  sin vida, en medio de vómitos y deposiciones sanguinolentas”.

     Darío continuó: “Al escuchar los gritos de la joven subió inmediatamente el personal de vigilancia. Llamaron al servicio de emergencias y a la policía”.

     “Era un hecho muy extraño” comentó  la señora Elvira.

     “El médico de emergencias constató la muerte del escritor, después de una espantosa agonía”. Explicó Javier.

     “Sí ─ agregó Belén─, además no había indicios de que alguien hubiese entrado en el departamento. Todo estaba con el riguroso orden que mantenía el escritor”.

     “Sobre la pequeña mesa  de la sala había un mate grande con clara señal de haber sido tomado, y el plato azul con dibujos de flores, ribeteado en dorado, preparado para un refrigerio”─dijo Javier.

   “Seguramente pensaba comer algo antes de ir a la radio”, terminó Luis.

    Ana señaló: “Tampoco existía evidencia de pensamientos suicidas, como corroboró su novia. No se halló  nota que indicara alguna situación difícil, ni mensajes sospechosos en el celular ni en los mails”.

     “Tal vez la envidia de otros escritores…”, sugirió Carlos. “Aunque no se tenían atisbos de ello”, completó. Y luego reflexionó: “Si alguien le tenía envidia, con su muerte aumentaría su prestigio y la venta de la novela… tenemos que buscar otra razón”.

     Y Javier: “La autopsia comprobó una intoxicación digitálica producida por algún raticida”.

     “Pero no se encontró  indicio de veneno en el departamento”, siguió Javier.

     “La noticia fue difundida por  www.losoyentes.com  y causó gran impacto en el círculo intelectual de la provincia”, colaboró la señora Elvira.

     “Es necesario reconocer que la muerte de Elso Márquez se ha convertido en un misterio─  dijo Javier.  Si es un asesinato será difícil encontrar al autor, el motivo y cómo llegó a consumarlo. Tal vez, es el crimen perfecto”.

 

     A las 5:30 finalizaba el programa. Julio Lemos y los oyentes decidieron continuar en el próximo, es decir, a la noche siguiente  hasta desentrañar el misterio que ellos mismos habían imaginado. Tal vez una razón oculta de suicidio… o el crimen perfecto, como decía Javier. Se abrían varias incógnitas y conjeturas. Los insomnes pensarían durante el día cómo continuar el cuento que los había mantenido despiertos y alertas toda la madrugada. Se sentían detectives, por lo menos al estilo de Sherlock Holmes, y casi escritores…, tenían que pensar la mejor estructura para develar la trama.

    A la madrugada siguiente Julio Lemos llegó a la radio a la una y diez. Lo esperaba en la entrada un hombre que dijo ser Javier, el nuevo oyente de la noche anterior. Quería saludarlo y felicitarlo. Le expresó su admiración  por el programa. Le dijo  que partía inmediatamente a su lugar de trabajo en otra provincia y que le dejó  un obsequio en la cabina.

     Gervasio Gálvez estaba listo para comenzar. Tenía puesta en la consola una serie de piezas musicales sin tiempo establecido. Como faltaban quince minutos  decidieron tomar mate.

 

    A la una y treinta los oyentes, ansiosos, esperaban el comienzo. Cada uno tenía una teoría para resolver el enigma. No sabían, lo sabrían después, que Javier no participaría. Poco importaba porque no formaba parte de los “consuetudinarios”. Sí reconocían que  fue el autor de la idea del cuento.

     Pasaban los minutos. Pasó una hora. Solo música. El locutor no hablaba.

     No habló nunca. 

    

     A la una y treinta cuando Julio se disponía a iniciar el programa, comenzó a sentir vértigo y náuseas, además de confusión, debilidad y fuerte taquicardia. Lo mismo le sucedía a Gervasio.

     Julio alcanzó, a pesar de la confusión, a reconocer y recordar. Reconocer la voz del tal Javier. Su nombre verdadero era Leo Sentis. Recordar que en el concurso para acceder al puesto en la emisora después de recibidos en la facultad de comunicación (hacía de esto diez años), él ganó por un pequeño margen. Captó rencor en ese entonces en la expresión de Leo.

     Recordó que Leo consiguió trabajo en una FM de poco alcance en una pequeña localidad  de una lejana provincia.  Nunca se comunicaron.  Recordó su matrimonio con Isabel, la ex novia de Leo, que lo abandonó hacía dos años para marchar a Buenos Aires con un futbolista contratado por un club de primera división.

 

     A las 5:30 llegó el personal que relevaba al que trabajaba a la madrugada. El guardia de vigilancia no se encontraba en la emisora. Esa noche había pedido permiso porque su esposa estaba enferma. Encontraron a Julio y a Gervasio en el piso “en medio de vómitos y deposiciones sanguinolentas”. Apenas reaccionaron llamaron a la policía y a la ambulancia.    

    El médico forense habló de una posible “intoxicación digitálica”. Comprobó la muerte de ambos después de “una espantosa agonía”.

     El inspector, dado a lecturas, se interesó en lo escrito en la pantalla de la computadora. Leyó el cuento elaborado por los oyentes. Encontró inquietantes similitudes con la muerte del escritor que describía la narración. Escuchó el audio del programa. Comprobó que solo el llamado Javier no tenía acento de esta provincia, o también pensó, que lo habría perdido, acostumbrado a escuchar  declaraciones de personas de distintos lugares.

 “¿Había alguna relación entre el cuento y esta realidad?”.  Se preguntó. “Tal vez el mate…” Observó el paquete de yerba. Tenía una leyenda: “Recuerdo de la provincia de…”.

 

   Se comprobó con el análisis de la yerba que tenía trituradas hojas de laurel rosa, planta sumamente  tóxica,  que se cultiva en estas tierras por su clima desértico. El resultado fatal puede  desencadenarse a las cuatro horas (claro: de 1:30 a 5:30). El inspector recordó que un ingeniero forestal le había comentado que debería prohibirse su cultivo. Él veía, al pasar por una  calle de un barrio de casas con jardines,  una gran planta de laurel rosa al frente de una vivienda blanca de dos pisos. Se dirigió al lugar. Llamó. El hombre que lo atendió le dijo que hacía unos días un transeúnte le había pedido que le regalara unas ramas con flores que sobresalían de las rejas, a lo que accedió. El individuo dijo llamarse Javier, le explicó que estaba por unos días, que volvía pronto  a su casa y trabajo, que le nombró el lugar pero él no se acordaba; pero sí que era muy lejano.

    El inspector había resuelto una mínima parte del caso: una infusión de rosa oliva o laurel rosa… la primera planta en florecer después de Hiroshima, mezclada con yerba mate…

     Sería difícil, imposible, encontrar a “Javier”, si ese fuese su nombre, seguramente el que llevó la yerba a la emisora. El por qué del asesinato después de varias horas de horribles sufrimientos como una rata, nunca se sabría, se lamentó, “¿Dónde  encontrar a Javier, el supuesto asesino?”. 

 

     Cuando el inspector llegaba a la comisaría su ayudante le convidaba mate. Dejó de aceptarlo. Le preguntaba  si había avances en el caso de la muerte del escritor Elso Márquez. El oficial le contestaba amablemente, como siempre, que no existió ese escritor como tampoco la novela  Las otras vidas de Elisa”.

 

    Los insomnes ya no lo son. El programa radial fue suprimido por incentivar peligrosamente la imaginación. Solo se pasa música clásica.

    El inspector está con licencia para tratar su peligrosa confusión entre la realidad y lo que supuestamente no lo es.

    Sin embargo, todavía queda como evidencia en el salón del departamento 40 del cuarto piso de un edificio  de la calle Montevideo un plato azul con dibujos de flores ribeteado en dorado, para un refrigerio. 

 

                                                                         

 

 

 

 

 

 

 

Comentarios

  1. Nos introduces en el suspenso,la envidia y la muerte dolorosa, con solo unas hermosas flores de rosa oliva.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog