El eterno retorno de las guerras Katya finaliza su horario en la central nuclear de una ciudad europea del este que, milagrosamente, no ha sido bombardeada; todavía. Es joven, cuarenta años. Aún no ha logrado una pareja estable. Vive sola. Su carácter es difícil. Tal vez influyen su formación científica y su trabajo, no ajeno al inminente peligro de la guerra nuclear que pende constantemente sobre el planeta como si los hombres buscaran un suicidio colectivo, hombres que, irónicamente, pertenecerían a una identidad llamada “civilización”. Es alta y delgada, de cabellos y ojos marrones, de rostro agradable. Viste jean descolorido y roto, calza zapatillas grises; sobre una camiseta blanca se abriga con una gruesa y amplia campera negra. Es noche cerrada de intenso frío. Las calles están desiertas. Sin iluminación para evitar ser blanco de ataques. Los edificios que las bordean, de una antigüedad de ...
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